SALTANDO LA DESIGUALDAD se desarrolla en la región conocida como la Puna, emplazada en el departamento Los Andes de la provincia de Salta, Argentina. Los Andes es el segundo departamento más extenso de Salta (25.636 km2) y el de menor densidad poblacional (0,24 hab/km2). Está integrado por los municipios de Tolar Grande y San Antonio de Los Cobres, siendo este último su cabecera. Limita al norte con la provincia de Jujuy, al Sur con la provincia de Catamarca y al Oeste con la República de Chile.
A través de los años, las comunidades originarias que habitan en la puna, se han adaptado al contexto geográfico y lo han adaptado a sus necesidades a través del desarrollo de su cultura. Esa adaptación fue lenta, armónica y discurrió sin sobresaltos durante mucho tiempo. Y, si bien la actividad minera existe en nuestra región desde la época de la conquista española, fue recién a partir de la última década del siglo XX cuándo comenzó a permear fuerte en los paisajes de nuestra Puna. Durante los últimos 25 años aumentó la velocidad con la cual comenzaron a radicarse grandes proyectos de explotación minera -principalmente de litio- en Salta, Catamarca y Jujuy. Actualmente, varios de ellos culminaron la fase de exploración y están por pasar -algunos ya lo hicieron- a la fase de explotación. En poco más de dos décadas, pero sobre todo en los últimos 5 años, estos proyectos cambiaron parte del paisaje natural de la Puna, y están influyendo en los esquemas culturales de las comunidades originarias que se asientan en distintas localidades del departamento de Los Andes.
La velocidad de estos cambios en el contexto geográfico y cultural propio de la Puna, no permite que las comunidades que allí residen, principalmente las originarias, se adapten a ellos. La adaptación biopsicológica del ser humano, especialmente la de comunidades originarias que no están expuestas permanentemente al flujo de información de los medios de comunicación y de las TICs, tarda muchísimo más tiempo del que les insume a las grandes empresas desarrollar un proyecto para la explotación de minerales. Esta situación implica un encuentro -por no decir un choque– de culturas que tiene, por un lado, la cosmovisión global de empresas multinacionales y trasnacionales que se radican a la Puna y, por el otro, la cosmovisión hiperlocal de las comunidades originarias que observan cómo su hábitat, que permaneció inalterado durante siglos, va modificándose rápidamente con el paso de los años -sino de los meses. El encuentro de estas dos cosmovisiones trae como consecuencia una alta fricción entre las partes implicadas. Esa fricción no siempre implica conflictos socioambientales; de hecho, Salta es una provincia con pocos conflictos de ese tipo. Pero esa fricción existe, principalmente, en términos de demanda y oferta de empleo. En efecto, las empresas demandan personas con un perfil técnico muy específico, difícil de encontrar entre los miembros de las comunidades de la Puna. Por su parte, las comunidades reclaman prioridad para acceder a puestos de trabajo sin restricciones de conocimiento o experiencia. Para sostener una relación cordial que facilite la licencia social, las empresas responden ofreciendo empleo de baja calificación y con pocas oportunidades de progreso laboral. Y así, sucesivamente.
La situación descripta precedentemente da cuenta de la relatividad de una afirmaciones que se escuchan habitualmente: “la minería trae progreso a la Puna” o “la minería genera oportunidades de empleo y progreso”. La percepción de una situación como una oportunidad depende de la percepción e interpretación que cada persona haga de ella. Y esa percepción e interpretación dependen de numerosos factores subjetivos como la experiencia de vida, la cultura e idiosincracia, la educación y los recursos y herramientas que la persona tenga para aprovechar las circunstancias que se le presentan. Ante la misma situación, distintas personas la interpretarán como una oportunidad, otras como una amenaza, y otras quizá ni registren la situación. Para que la minería sea intepretada como una oportunidad de progreso, las comunidades de la Puna deben contar con los recursos y herramientas para aprovechar las actuales circunstancias que se le presentan. Es cierto que las inversiones de grandes empresas mineras se traducen en fuentes de empleo genuinas y, correlativamente, una significativa mejora en términos de ingresos económicos de los pobladores de las distintas localidades de la Puna. Pero esa mejora económica no implica necesariamente el progreso individual o colectivo de dichas comunidades. Para que exista un verdadero progreso es necesario el desarrollo humano de dichas comunidades. La mejora de los ingresos económicos es importante y necesaria, pero es solo una parte del desarrollo humano. Como dijo Aristóteles en la Grecia Antigua: “La riqueza no es, desde luego, el bien que buscamos, pues no es más que un instrumento para conseguir algún otro fin”.
Siguiendo al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), para que exista verdadero desarrollo humano debe crearse un entorno en el que las personas puedan desarrollar su máximo potencial y llevar adelante una vida productiva y creativa de acuerdo con sus necesidades e intereses. Los países, las empresas y otras instituciones deben invertir en las personas, pues son su verdadero capital. Dicha inversión implica ampliar las oportunidades para que cada persona pueda vivir una vida que valore. Lo fundamental, entonces, es invertir en el desarrollo de las capacidades humanas: la diversidad de cosas que las personas pueden hacer y ser en la vida. Las capacidades más esenciales para el desarrollo humano son disfrutar de una vida larga y saludable, haber sido educado, acceder a los recursos necesarios para lograr un nivel de vida digno y participar en la vida de la comunidad. Sin estas capacidades, se limita considerablemente la variedad de opciones disponibles y muchas oportunidades en la vida permanecen inaccesibles.
La dimensión más importante en la que se debe invertir para el desarrollo de las capacidades del ser humano es, sin lugar a dudas, la educación. Es la educación la que permitirá el desarrollo de conocimiento, de práctica y de experiencia, de la capacidad para reflexionar sobre sí mismo, sobre su existencia y sus aspiraciones, sobre su proyecto de vida y sus recursos para concretarlo, y sobre cómo traducir mejores ingresos económicos en mejor calidad de vida para sí mismo, para su familia y para su comunidad.
He aquí, pues, la importancia que tiene para las comunidades originarias una educación con perspectiva antropológica: los destinatarios de la formación están en el centro del diseño del modelo de educativo cuyo propósito final es preservar la cultura de las comunidades originarias en todo lo que resulte sustancial para su identidad, y que, a la vez, permita su desarrollo humano mediante la libre, progresiva y armónica adaptación a las modificaciones geográficas, económicas, sociales, etc., que devienen como consecuencia de la actividad minera.
La historia de la humanidad evidencia que, al final, la cultura local será permeada y mixturada por otras exóticas, dando a luz nuevas generaciones que no deberán adaptarse al paisaje modificado de la Puna, pues nacerán en él y será su hábitat natural. Ello es inevitable y ocurrirá de dos formas: por imposición a las comunidades originarias o por su libre elección. Sin dudas, la mejorar alternativa es la libertad, siempre.
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